Pedro Ruiz de los Paños y Ángel fue un hombre dinámico y prudente, afable y enérgico, emprendedor y sumiso, amplio y exigente, catarata de actividad y remanso de contemplación.

Fue hombre equilibrado, recio de espíritu, débil de salud, desborda fuerza interior y le faltan fuerzas físicas. Él lo sabe. Lo sufre y lo goza al mismo tiempo. “A nosotros nos hace falta alma más que nada, bastando para lo demás que el sujeto pueda seguir la vida ordinaria“ Pedro todo lo sabe colocar en órbita de fe. El dice: "No me extrañan las enfermedades y sirven mucho… Bienvenida sea, si no es rompiendo el cántaro, no se gana la victoria". Vivió siempre el contraste entre la fragilidad fisica y la fuerza del espíritu, entre la riqueza y escasez, del hombre exterior que se desmorona y el hombre interior que se renueva cada día.

Pedro vivió el sacerdocio con intensidad, con radicalidad absoluta. Quizá sea esta su característica más resaltable, por donde hay que comenzar y concluir su vida. El sacerdocio es algo tan enraizado en su espíritu, que no se puede concebir la figura de Pedro en otro contexto. Dejaría de ser él. Su vida cabe en este paréntesis: preparación ardiente al sacerdocio y vivencia íntima y entusiasta de ese sacerdocio. Él mismo lo dice: “para resumir en pocas palabras toda mi vida, pudiera decir que esta se divide en dos partes: antes y después de mi ordenación. Antes de ella, todo consistía en acercarme a Jesús, en aspirar a Él y tratar de prepararme convenientemente. Después de mi ordenación, todo lo llena su presencia, como si Él solamente viviera dentro de mí”

De este brote sacerdotal, surgieron las Discípulas de Jesús. Tuvo la inspiración, el día 18 de agosto de 1931, a las tres de la tarde.

 
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