Estos días de Semana Santa hemos acompañado a Jesús en su camino hacia la muerte y Resurrección desde la situación personal y comunitaria que cada una vivimos.
La Palabra de Dios nos ha ido marcando el ritmo. Cada personaje que se ha presentado nos ha ayudado a contemplar a Jesús con la mirada y el corazón. Unidas a María y a las mujeres que la acompañaban hemos querido permanecer en silencio, embargadas por la tristeza, con lágrimas, pero con el corazón en ascuas... hasta que la presencia del Resucitado, de nuevo, ha despertado, ha encendido el corazón... ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!


¡Jesús resucitado nos ha salvado! Sabemos que la cruz tiene un valor redentor, un anuncio de esperanza y que abrazadas a ella, nos hace partícipes de su sacerdocio.

Si nos dejamos afectar, seducir y enamorar cuando Jesús pronuncie nuestro nombre, como le pasó a María Magdalena al escuchar “María” (Jn 20, 16), seremos enviadas a ser portadoras de esta Buena Noticia a los más necesitados:
¡No estamos solos, Cristo nuestra esperanza ha resucitado!
Sintiéndonos parte de una gran familia nos unimos en la oración de unas por otras, por las familias, por los enfermos y todos los que siguen sufriendo a causa de la pandemia.

Nos acompaña la Madre, a Ella le pedimos que nos llene de esperanza y nos inunde la alegría de la Pascua. Nos acogemos también a la intercesión y protección de San José y del Beato Pedro.