En este tiempo de Adviento, de nuevo nos hacemos conscientes de la llamada de Jesús a vivir alertas, gestando la salvación en nuestras vidas y comunidades. Es tiempo de espera y de esperanza porque el Salvador vendrá.
¿Nos encontrará preparadas?
¿Qué nos dice el Señor al corazón?
¿Qué nos exige ante este tiempo tan convulso que vivimos?
La situación frente a la pandemia nos hace plantearnos un nuevo modo de celebrar el Adviento y la Navidad.
La liturgia de Adviento nos ilumina, ayudándonos a detenernos y a mirar con el corazón de Dios a nuestro alrededor y a nosotras mismas.
Celebramos y esperamos a Jesús, que viene una vez más, para que toda la humanidad alcancemos la salvación.
Con la oración de la liturgia pedimos al Señor que podamos participar de su gloria y para ello:
1. Nos conceda el deseo de salir a su encuentro, y a través de nuestras buenas obras merezcamos poseer el reino celestial.
2. Que sea su sabiduría la que nos guíe y ninguno de los afanes de este mundo sea obstáculo para encontrarnos con él.
3. Que nos conceda poder alcanzar la dicha que nos trae la salvación y celebrarla siempre con vivísima alegría.
4. Que infunda su gracia en nuestros corazones, para que, habiendo conocido la encarnación de su Hijo, lleguemos, por medio de su pasión y de su cruz, a la gloria de la resurrección.
La Palabra de Dios también nos interpela. Con la certeza de que el Espíritu Santo actúa en nuestras vidas, desde la fe y con esperanza la acogemos. La Palabra de estos domingos es una llamada a:
1. Estar vigilantes porque no sabemos cuándo es el momento. “¡Velad!” (Mc 13, 33-37).
2. Preparar el camino del Señor y allanar sus senderos para que todos vean su salvación (Mc 1, 1-8).
3. Agradecer y estar siempre alegres, constantes en oración (1ª Tes 5, 16-24). Ser luz con la Luz, dar la buena noticia a los que sufren y a los pobres, vendar los corazones desgarrados (Is 61, 1-2a. 10-11; Jn 1, 6-8. 19-28), en definitiva, convertirnos al Señor.
4. Mirar a María, la llena de gracia, la que supo cantar eternamente las misericordias del Señor (Sal 88), la esclava del Señor. Con Ella, queremos decir cada día: “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 26-38).
Por tanto, este nuevo Adviento nos invita a salir al encuentro de Jesús, siendo humildes, reconociendo los vacíos que existen en nuestra vida; qué hemos de allanar y qué levantar para que nos encuentre preparadas y alegres, dejando espacio para acoger la Buena Noticia que nuestro Maestro y Salvador nos trae.
¡Ven, Señor! es el grito que sale del corazón. ¡Ven y sálvanos!
Como María y José, esperamos el nacimiento de Jesús. Ella que nos enseña a confiar en las promesas de Dios, sea nuestro modelo para abrirnos con la fuerza de la fe y la esperanza, a acoger su voluntad.
El Beato Pedro sea también nuestro intercesor en el cielo.